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Diseño cotidiano único

Federico Barrera Garaña

El diseño gráfico lo vemos a diario, nos bombardea digital y analógicamente en diversas formas y soportes. Pero hay uno que pasa desapercibido, a veces por su simplicidad, pero por ser algo cotidiano que está ahí.

Imagínate que sales del portal, miras tu móvil, te pones los cascos y vas andando por esa calle que llevas años paseando. De repente, algo capta tu atención. En una fachada hay un vacío. Observas y tratas de recordar lo que apenas hace unos días había ahí.

Empiezas a visualizar unas letras, con esos colores tan característicos, y un nombre: Mary. De repente, recuerdas perfectamente que hace años bajabas a comprar a su ultramarinos ese paquete de arroz, unas lonchas de jamón y algo de fruta. Te preguntaba por tu familia. Te fiaba incluso.

Vuelves a ver ese vacío en la fachada y un cartel que pone «próxima apertura» con un logo reconocido en todo el mundo.

Anunciarse en la calle para captar la atención e identificarse comercialmente ha sido algo común en todas las sociedades. Aquellos talleres de rotulación y luminosos en los que han trabajado diversos materiales de una manera totalmente artesanal como vidrio, cerámica, neones o la madera, hasta desde mediados del siglo XX cuando ya entraba en la mecanización la producción, jugaban con colores y tipografías, a veces imposibles, combinado con algunos dibujos han ido creando un paisaje visual en nuestras calles y barrios.

Este paisaje ha ido formando parte de nuestra vida, porque no solo ya es el diseño, es algo colectivo. Quien diseñó aquel rótulo, no era consciente muchas veces de que su obra iba a tener un impacto social. Quizás ese rótulo de neón, ese rótulo de vidrio o ese trozo de plástico, creo en su entorno una red de vecinos en torno al local comercial.

Su valor, por tanto, radica en su diseño, pero también en lo social y cultural. Son historias locales que han plantado a lo largo de los años una impronta en la gente del barrio. Integrados en la fachada del local comercial, que muchas veces apenas ha sido remodelado, crea un icono visual, reconocible y sentimentalmente identificable con uno. Una combinación de elementos que ha generado en nosotros un sentimiento de pertenencia: es de toda la vida.

Verlas acabar desapareciendo, ya sea en un cubo de basura o vendiéndose como mero objeto de decoración, hace que esa memoria y por tanto ese trozo de historia local quede relegada al olvido. Su conservación es preservar un legado de una sociedad que ha hecho la que somos, que ha transformado una calle y sus gentes.

Por tanto, hoy día, debemos considerar esas piezas como algo que hay que proteger en nuestras ciudades, dado que dotan de identidad en el amplio sentido de la palabra, frente a la gentrificación, unificación y estandarización de las ciudades. Los rótulos son y han sido imagen de nuestras calles, las han dotado de personalidad y de ellos trascienden historias como aglutinadores de nuestra memoria local y colectiva. Son un elemento muchas veces invisible que, irónicamente, se hace visible en cuanto desaparece.

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