Icono del sitio Blog de Libros.com

No juguemos con la palabra genocidio

Alrededor de 5.000 personas buscaron refugio en la iglesia de Ntarama (Ruanda). Murieron por explosión de granada, machete, disparos o fueron quemadas vivas. Foto de Scott Chacon con licencia Creative Commons.

David Díaz-Jogeix

El 23 de febrero, el presidente ruso Vladímir Putin justificó su guerra de invasión a Ucrania para proteger a la población del genocidio que, supuestamente, se estaba llevando a cabo. Esta burda justificación muestra la manipulación habitual de la palabra genocidio, con la que no deberíamos jugar.

En 1994, en 100 días, la casi totalidad de los Tutsis fueron exterminados en Ruanda, a manos del poder Hutu ultra-radical. Todo ello gracias a la participación masiva, encuadrada por las autoridades, y alentada por las ondas de la infame Radio Mil Colinas, para defenderse de las «cucarachas». Se estima en torno a 800.000 personas, un 80 por ciento de la población tutsi del país, fueron asesinadas a machetazos, comuna por comuna, pueblo por pueblo, colina por colina.

Cuando trabajé en Ruanda meses después del genocidio, me tocó lidiar con una sociedad profundamente traumatizada. ¿Cómo puede alguien verdaderamente entender un genocidio? ¿Cómo puede alguien entender la brecha creada, entre vecinos, el complejo de culpa de los sobrevivientes, la culpa de los que cogieron el machete, la culpa de los que redactaron las listas de la muerte en las comunas, el sentimiento de culpa de las mujeres violadas y ahora embarazadas, el trauma de los niños y jóvenes forzados a matar? Para entender, primero hace falta aprender a escuchar.

El genocidio, el acto perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo y su identidad, tiene, en mi opinión, entre muchos otros, tres elementos clave.

El primero, la deshumanización del otro. Aquí el lenguaje juega un rol esencial. Los ejemplos de despojo de la dignidad humana son múltiples y conocidos, empezando por el Holocausto en el tratamiento de judíos, gitanos y homosexuales, como «sub-humanos». La extrema derecha europea es experta también en la deshumanización del otro, utilizando con preferencia el lenguaje médico, como Marine Le Pen refiriéndose a la inmigración como una «metástasis», o más recientemente Vladímir Putin, exhortando a la «purificación» de la sociedad rusa, afirmando que el pueblo sabe diferenciar de «las escorias y los traidores» y que «sabrá escupirlos como un insecto que se coló en la boca».

El segundo, el argumento de la defensa, útil para la justificación de lo que se va a poner en marcha. Como son ellos los que nos atacan, necesitamos erradicarles para defendernos. La Turquía de Talaat y Enver Pasha justificó el ataque a sus conciudadanos armenios por supuestamente colaborar con el enemigo. El precio será el señalamiento, expulsión y exterminación en masa (en 1,2 a 1,5 millones de armenios) a través de una larga marcha de la muerte hasta las puertas del desierto de la actual Siria. 

Y, por último, la planificación. No estamos ante matanzas espontáneas de grupos étnicos irreconciliables. Todo genocidio tiene ese elemento de operación diseñada, planificada y puesta en marcha con toda una logística detrás. La elaboración de listas de personas a eliminar en las comunas de Ruanda; la separación entre hombres y mujeres ordenadas por el general serbio Ratko Mladi?, en Srebrenica, Bosnia-Herzegovina en 1995; o la evacuación de toda la población de Phnom Penh, capital de Camboya, en menos de tres días, ordenada por los jemeres rojos de la Kampuchea de Pol Pot en 1975; todos son actos conscientes y pre-determinados. 

Quizás la pregunta más difícil de responder es la de por qué. Hay que indagar en la historia de cada sociedad, pero quizás uno de los elementos clave es la propia vulnerabilidad de las personas frente a la impunidad de los líderes a los que no se les discute y a sus regímenes que dirigen.

La lección ante tanta barbarie está reflejada en los derechos humanos, que tienen como eje fundamental el principio de igualdad, el derecho a la no discriminación y el respeto a la dignidad humana. 

Animo al lector a estar atento contra la utilización frívola de la palabra genocidio en la política contemporánea. 

Hazte con tu ejemplar de «Desde el lado incómodo de la frontera»

Toda una vida dedicada a los derechos humanos, ubicado en el lado incómodo para reclamar justicia, hacen de David Díaz-Jogeix una voz autorizada y, sobre todo, necesaria.

Visita la tienda de LIBROS.COM y mira los últimos conflictos humanitarios a través de unos ojos que los vivieron en primera persona, los de David Díaz-Jogeix ?

Salir de la versión móvil