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Un libro que nació del desprecio al «Resistiré» del Dúo Dinámico

Marzo de 2020. Coronavirus y confinamiento. Una canción, «Resistiré», del Dúo Dinámico, se erige como un himno al que se abraza (casi) todo el país. En ese "casi", en los que "saben de música", está el germen del libro «La música no es lo más importante». Javier Becerra, su autor, nos cuenta más sobre su elaboración, sobre esos días y sobre disfrutar la música en este post.

Javier Becerra

No sé si fue el 15 de marzo, el 17 o el 19. Pero, desde luego, no mucho más tarde.
La música no es lo más importante nació en los primeros días del confinamiento hace dos años. Realmente, el germen llevaba ya tiempo en mi mente. Pero las primeras pulsaciones en el teclado para el texto definitivo se dieron inconscientemente ahí. En medio de la zozobra, el miedo y la sensación de vivir una película de ciencia ficción. Cuando todo estaba patas arriba y nadie tenía la más mínima idea de adónde nos llevaría esto, apareció una canción. Por aclamación popular, se convirtió en el himno de aquello. Se trataba, claro, de Resistiré, del Dúo Dinámico. (Casi) todo el país se abrazó a ella. (Casi) todo el país volcó ahí sus emociones. (Casi) todo el país vio en esa pieza algo a lo que agarrarse.

A mí me sacudió muy fuerte por dentro. De manera inesperada. Recuerdo escucharla en el coche, de camino al trabajo conduciendo por una carretera desierta. Con mis dudas en la cabeza, planeando una estrategia imposible para un momento delirante, sonó… Y me tocó muy adentro. Se produjo ese clic mágico que a veces genera la música pop, en el que parece que se crea un hilo directo entre el latido de tu corazón y la canción. Tengo muy fresca la sensación de flipar. También la de recrearme en la perfección poética de su letra: «Soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie». Resultó totalmente sorprendente verme a mí mismo reconfortado ante un tema de un grupo que inconscientemente tenía almacenado en el estante de lo prescindible, cuando no de lo hortera. Los chalecos rojos no me dejaban ver el bosque. 

No era, por supuesto, la primera vez que escuchaba Resistiré. Pero las anteriores habían sido meras exposiciones a un ruido más o menos armónico, sin ningún tipo de implicación emocional por mi parte. Ahí, con las defensas bajas y el futuro totalmente emborronado, se convirtió en ese algo al que te abrazas con toda su intensidad. «Resistiré erguido frente a todo / Me volveré de hierro para endurecer la piel», cantaban Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. Y, como siempre ocurre en ese tipo de temas, parecía que me cantaban a mí. O que yo cantaba a través de ellos. Como le pasaba a (casi) todo el país. 

Conmovido por ello y también sorprendido —el Dúo Dinámico desde luego no entraban dentro de los artistas que yo, ignorante, podía considerar “de calidad”—, quise compartir mis impresiones en mis redes sociales, muy conectadas a la música, los críticos, los grupos y los melómanos. Pero lo que me encontré ahí fue una radical antítesis de mis sensaciones. Realmente nadie estaba en mi onda. Al contrario. Existía un rechazo general a esa canción “abominable” que demostraba que “la gente no tenía ni idea”, que “no había criterio” y que era un horror. Mi relevación chocaba de frente ya no con la disconformidad, sino con el sarcasmo, la burla y un ansia atroz de ridiculizar a la gente que la ponía a las ocho de la tarde para darse ánimos. Eran el “casi” entre paréntesis que indicaba al principio. La gente con gusto. Los que saben de música. Los que tienen criterio. Los que, incluso en una pandemia mundial, tienen que estar incordiando al “populacho” diciendo que lo que escuchan es una bazofia… Ni siquiera ahí descansan. Todo para sentirse más dueños aún del “buen gusto” y el “criterio”, esa abstracción voluble y muchas veces delirante, que te puede hacer caer en actitudes tan penosas como despreciar a otro por lo que escucha o lo que admira.

Ese día escribí unas líneas. Iban a ser una entrada de Facebook, cuestionando esa postura. Pinchaban en lo que hay detrás de ella. Hablaba de la búsqueda del prestigio personal a base de machacar lo popular. Hablaba de gente insegura que se hace fuerte poniéndole barreras a su goce y no soportando el goce de los demás. Hablaba no solo de ser tolerante, sino que invitaba a tener una vida más plena tirando a la basura el criterio y con él toda una variada gama de prejuicios, posturas clasistas y planteamientos vergonzosos. 

Pero, cobarde, no lo publiqué. Con aquel estado de ánimo alterado se iba a liar una buena. Lo guardé en mi ordenador. Sin embargo, el cosquilleo estaba ahí. Al día siguiente escribí otro texto sobre una experiencia parecida que sentí cuando fue el atentado de Bataclan. Y, luego, me puse a revisar episodios personales de enfermedad musical y patologías varias de ese melómano que traspasa una línea y, por controlar a tres o cuatro artistas no muy conocidos, se cree algo más que los demás. Los que muchas veces piensan que la música es lo más importante de todo y proyectan ahí su personalidad, sus inquietudes y su vida. Hasta, en ocasiones, caer en la caricatura.  

Ahí y así nació La música no es lo más importante, entrada a entrada no publicada en Facebook y guardada en una carpeta del escritorio de mi ordenador. A partir de la décima ya tomaron forma de un libro que se ha definido como un ajuste de cuentas conmigo mismo y con mi generación. Puede ser. En todo caso se trata de un movimiento para tomar lo bueno y despreciar lo malo, para que la relación con la música sea a base de belleza, placer y diversión y no mediante pulsos de poder, peleas de gallos y delirios varios. Invitado quedas a abrir sus páginas.

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Javier Becerra habla de David Bowie, Enrique Iglesias y Jarabe de Palo. De Leonard Cohen, Natalie Imbruglia y Flying Saucer Attack. De Xoel López, Daddy Yankee y Los Del Río. Y reflexiona sobre la melomanía como impedimento para disfrutar la música.

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