Carlota Torrents Martín
Tal y como sugirió Leonard Cohen al preguntarle sobre el origen de sus canciones, si supiéramos dónde se esconde la creatividad, iríamos allí más a menudo. Nos arriesgaríamos quizá a que la misma palabra perdiera su significado, la inspiración sería ir a ese lugar y volver siempre con algo novedoso, funcional y original. Así debía ser para los dioses, que poseían el don de crear aquello nunca imaginado: el universo, la Tierra, la vida, la humanidad o sus sueños.
A lo largo de la historia, numerosos artistas han considerado que eran en realidad un canal por el que Dios se manifestaba, siendo por tanto un don para unos pocos elegidos por el creador supremo. No hay que irse muy atrás para encontrar testimonios de esa creencia, canta Rosalía que ella maneja, pero Dios la guía. Sea por la gracia de los dioses, la divinidad de las musas, debido a algún gen mágico aún por descubrir o gracias a la fortuna, la inspiración sigue siendo un misterio. La bombilla se enciende cuando no estamos pensando precisamente en el problema a resolver, los paseos ayudan a tener más y mejores ideas, algunos recurren a las drogas y otros tienen trucos para que el azar juegue a su favor, pero todas las ideas geniales tienen detrás mucho trabajo y cientos de horas de experiencia. Aunque la idea no coincida en el tiempo con el momento en el que le estamos dando vueltas y vueltas al asunto, no significa que todo ese rodeo no haya contribuido a llegar al nuevo lugar. La cuestión es no dejar de andar, mirando por todos lados, andar sin buscar específicamente nada, pero andar para encontrar algo que quizá ni siquiera habíamos imaginado.
Desde la segunda mitad del siglo XX, la creatividad dejó de estar exclusivamente reservada a los genios para pasar a ser una habilidad, innata en todas las personas, imprescindible para la vida y susceptible de ser desarrollada (o asesinada, según algunas teorías conocidas en el mundo de la educación). Dar una respuesta ocurrente en una conversación, escribir un post divertido, inventar un cuento al acostar a tu hija o proponer una solución para un conflicto en el trabajo son ejemplos de comportamientos cotidianos creativos. Esa democratización ha facilitado la incursión de la creatividad como una competencia clave en cualquier plan educativo de la actualidad, así como su investigación en todos los campos. Se estudia su origen y se buscan estrategias para estimularla, corriendo el riesgo de querer reducirla a encontrar la neurona responsable, los 10 pasos para ser una persona creativa o, en definitiva, la piedra filosofal de la creatividad. Como pasa en tantos otros ámbitos, la complejidad del fenómeno creativo no se resuelve simplificándolo y buscando recetas aptas para todos los públicos. Hacer el trabajo de los dioses no iba a ser tan fácil, aunque sea justamente eso lo que nos hace humanos. No obstante, para empezar, podemos investigar cómo se produce el proceso creativo en función de algunas variables, identificar principios comunes para la mayoría de personas y animar a que cada uno busque sus musas buceando en su propio misterio para que la creatividad salga a flote. El misterio sigue vivo y, con un poco de suerte, seguirá vivo siempre, posibilitando así el placer indescriptible de encontrar aquello que nunca se buscó.
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La obra de Carlota Torrents y su equipo no es un libro de recetas para desarrollar la creatividad, más bien es un ensayo divertido y divulgativo para diseccionar la creatividad y entender cómo funciona.
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