Luis Morales
En el mundillo del emprendimiento si quieres que te dejen jugar con Post-its de colores en rancios centros de empresas o modernos espacios de coworking, hay varias palabrejas y conceptos que has de conocer.
Design thinking, business plan, nota convertible, NDA, CRM, prueba AB, son algunos de los diferentes palabros cuya comprensión te certifica como emprendedor de tomo y lomo. Entre estos conceptos está el de: testing o validación de modelo de negocio. Esto que suena tan serio, no es ni más ni menos que comprobar en un entorno real si tu producto o servicio lo va a comprar alguien o no.
Hay muchas maneras de validar tu propuesta de valor o, dicho de otra manera, de testear tu producto o servicio.
Desde los tradicionales estudios de mercado o focus group, hasta los modernos algoritmos de predicción de integración y recurrencia de ventas de tu producto o servicio en mercados digitales. Dentro de esta franja hay incontables recursos, herramientas y metodologías diferentes para saber si hay personas tan despistadas e inocentes como para pagar por sea lo que sea que vendas.
Una de esas herramientas es el crowdfunding —o micromecenazgo para Pérez Reverte—.
Antiguamente si querías vivir de la filfa o del arte podías hacer dos cosas: preocuparte por nacer en una familia de nobles aristócratas o dar con un mecenas que viera en ti algún talento que le pudiera reportar a él algunos más.
En este mundo soberbio en el que hemos defenestrado al artista por encumbrar al empresario, la financiación de nuevas obras de teatro, novelas, poemarios, o álbumes de rock and roll pasa más por tener dinero para comprar seguidores en redes sociales, que por hacer una buena obra o pieza artística.
Los antiguos mecenas ahora se llaman Business Angels; que tiene guasa que a un tipo o a una tipa que lo único que quiere es que le multipliques con efervescencia su dinero, se le haya puesto el apellido de ángel…
El crowdfunding permite a cualquiera comprobar en directo si un producto o servicio es lo suficientemente atractivo o valioso para sus potenciales clientes como para gastar su dinero en él en lugar de en otro. Esta debería de ser la primera preocupación del emprendedor a la hora de enfrentarse a una campaña, más importante si cabe que conseguir o no el objetivo dinerario. En términos económicos, saber el porqué nos han comprado o el porqué no nos han comprado vale mucho más que conseguir el objetivo de la campaña.
En el caso particular de financiar un proyecto artístico o cultural, es cierto que el feedback que recibiremos tras una campaña será algo más sutil y requerirá de una reflexión mayor. ¿Han apoyado la campaña porque son nuestros amigos? ¿Han colaborado porque quieren tener el libro, el disco, el NFT los primeros? ¿Les gusta simplemente apoyar a nuevos creadores? ¿Les hemos dado lástima? En nuestra mano estará entender el porqué nos han apoyado en nuestro particular Viaje a Ítaca y más importante aun, comprender cómo podremos aprovechar ese conocimiento para futuras campañas.
Conseguir financiación para un proyecto es siempre el punto crítico para que pase del mundo de las ideas al de los tangibles. Siempre habrá repipis que dirán que las buenas ideas no buscan al dinero sino que el dinero las busca a ellas y no es verdad, es simple palabrería de conferenciante rancio.
La realidad es que conseguir que alguien te dé dinero para poner en marcha cualquier idea es casi un milagro. Es una tarea en muchos casos desagradable y para la que la mayoría de las personas no estamos formadas. ¿Cuánto pido? ¿Cuánto necesito? ¿A quién le pido? ¿Cómo saco el tema del dinero en la reunión? ¿Qué pasa si no funciona, tengo que devolver el dinero?
Por eso las campañas de crowdfunding son tan valiosas, porque gran parte de esas preguntas no te las tienes que plantear siquiera, será el propio devenir de los acontecimientos quien te brindará las respuestas.
Como consejo final, os recomiendo a todas y a todos que os replanteéis la idea de nacer en una familia de nobles aristócratas, todo será más fácil.
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